Una de las cosas buenas a las que nos ha llevado este tiempo de confinamiento obligado es la de poder disponer de momentos para meditar sobre nuestros problemas e inquietudes de una forma más reflexiva, sin el agobio del ir y venir de nuestras distintas obligaciones cotidianas.
¿Y qué es más importante para muchas personas (y no hablo sólo de mujeres) que el deseo de maternidad/paternidad?
Imagino largas conversaciones en pareja, o consigo misma, sobre lo que representa el paso que se quiere dar, el largo camino que hay por delante, los cambios que traerá a sus vidas. Y no se duda de que ese deseo existe e incluso, obligados por la inacción, es aún más imperioso. Y, salvo contadas excepciones, no es un deseo, es una necesidad. La necesidad de tener un hijo solo la puede entender quién lo haya vivido. No es un capricho, ni una pretensión más para llenar un hueco en tu vida. Es un instinto básico que convierte en niebla todo lo demás que nos rodea. Y por ello se está dispuesto a luchar hasta dónde sea posible: hasta dónde nos alcancen nuestras fuerzas o, por qué no, a veces, el bolsillo.
Pero en este camino, en algunos casos ya iniciado, sin resultado aún, o todavía no comenzado, surgen numerosas dudas. Es cierto que actualmente existen muchos apoyos en torno al mundo de la reproducción. Profesionales como los psicólogos, o a veces los mismos médicos o embriólogos ayudan con sus respuestas a las incógnitas que se plantean. Pero, la mayoría de las veces, son decisiones que hay que tomar en solitario o con tu pareja. Decisiones que nadie puede tomar por ti, a pesar de los consejos y multitud de opiniones que pueden verse en las redes, en las páginas web, en las consultas, o los testimonios de otras personas que sufren lo mismo. Pero, precisamente son eso: otras personas. Y cada situación es única.
Estas dudas son aún mayores en los que tienen que tomar la decisión de utilizar gametos donados, bien sea de una donante de óvulos o de un banco de semen. Esa duda que circula por la cabeza como un moscardón inoportuno pero que se espanta entre el barullo del trabajo, de las consultas, de las pruebas, de los consejos de los médicos… Ahora está más presente que nunca, porque ha desaparecido todo lo que hacía que se olvidara.
¿Será realmente mío ese hijo? ¿A quién se parecerá? ¿Estará sano? Son muchas de las preguntas que con frecuencia suelen responderse en las clínicas de reproducción, intentando convencer a los pacientes de que todo saldrá bien.
¿Debo revelar a mi hijo su origen? ¿Qué es lo mejor? Y aunque los profesionales aconsejemos que siempre será mejor la verdad que un secreto de por vida, son los padres los que deben de tomar esa decisión convencidos y seguros.
Pero hay otras preguntas (¿lo querré, aunque no sea biológicamente mío …?) que sólo pueden contestarse tras una profunda reflexión y un íntimo convencimiento en el que nadie puede ponerse en el lugar del otro. Y sólo cuando estas dudas estén totalmente resueltas, será el momento de empezar la lucha. Y ganarla.
Estamos atravesando el instante idóneo, la mejor ocasión que se puede tener para pararse a pensar detenidamente y estar convencidos de lo que se quiere o, mejor dicho, de lo que se necesita.
El momento ideal para plantearse ser madre
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