Las mujeres que trabajan en puestos directivos, en ministerios, en laboratorios de alta complejidad, mujeres que atienden en puestos de atención al público, en supermercados, en labores agrícolas. Mujeres que han optado por dedicarse a su familia y a sus hijos, de sol a sol. Todas ellas son mujeres trabajadoras. Por eso no entiendo nada sobre la división que nosotras mismas hacemos, sobre los debates que nos fraccionan con propuestas legítimas (prostitución, gestación subrogada, aborto, autodeterminación de género…), pero que han sustituido el fondo que ha estado siempre en el origen de nuestro discurso.
Parece que se nos ha olvidado el porqué y el para qué. Porque no hace tanto tiempo, las mujeres no podíamos votar. Porque yo todavía he conocido la época en la que no podíamos ni abrir una cuenta corriente sin el permiso del padre o del marido. No digamos el uso de otras libertades. Y para eso lucharon nuestras antepasadas, que han logrado tanto, y para eso debemos de seguir luchando, para que nuestros derechos se igualen como personas, no en función del género.
Desde los comienzos de esa lucha, a principios del siglo XX, todos estos avances desembocaron en el reconocimiento oficial por la ONU en diciembre de 1977, incorporándose esas demandas no solo al ámbito social, sino político y cultural.
Pero todavía no se ha conseguido la igualdad. Y para eso debemos de seguir luchando. Pero luchando unidas. Y somos las que tenemos una situación más privilegiada, es decir, las que nos sentimos laboralmente tratadas como profesionales y no como mujeres, las que tenemos la enorme responsabilidad de remar a favor del resto de las mujeres.
Cuando estudiaba en la universidad, las mujeres éramos minoría. Actualmente, España se encuentra entre los países europeos con más mujeres médicas, y según la Organización Médica Colegial, el número de colegiadas mujeres supera al de hombres.
En el campo de la reproducción asistida, más del 90% de los embriólogos son mujeres. Y los centros de reproducción, en general, cuentan también con una mayoría mujeres.
Sin embargo, en el ámbito de los altos cargos directivos, no se ha evolucionado a penas. De los 447 directivos de los consejos de administración de las 35 empresas que forman el IBEX-35, sólo 123 son mujeres, es decir, el 27%.
¿Por qué ocurre esto y las mujeres son minoría en los puestos directivos?
Pueden existir razones de discriminación, pero desde luego, ejercer “dos trabajos”, el de dentro de casa y el de fuera, no facilita en absoluto esa integración. Y ese debería ser nuestro objetivo común: la implementación de medidas que permitan a las mujeres poder ejercer puestos de responsabilidad sin renunciar a la familia.
No entiendo tampoco que la solución sea la paridad en los puestos de poder. A ellos se debería acceder por los méritos personales, no únicamente por ser mujer. Porque ello solo traerá descontento por parte de los hombres más aptos, y una falsa sensación de merecimiento por parte de las mujeres.
¿Es que no podemos estimar todos los valores que están en juego y ponderar soluciones prudentes, en lugar de irnos a los extremos?
Por eso creo que nos estamos volviendo locos, y no entiendo nada.