Más investigación y menos facturación

En el recién acabado 2019 hemos contemplado, algunas veces con sorpresa, otras con miedo, avances en reproducción humana tales como la posibilidad de editar embriones humanos o introducir material genético de un óvulo joven a otro maduro… Avances que pueden dar lugar a confusión; a pensar que en un futuro cercano se podrán crear bebés a la carta.

Y esto, además de incorrecto (no “creamos” nada), es francamente improbable. No por restricciones técnicas sino, la mayor parte de las veces, éticas o legales. Afortunadamente, no hay más que recordar como ha terminado la experiencia del investigador chino que utilizó embriones humanos en sus experimentos: prisión, multa e inhabilitación.

El resto de los avances publicados en la principales revistas científicas, sinceramente, no son más que una vuelta de tuerca de lo ya inventado: cambios en la pauta de estimulación ovárica para obtener mejores ovocitos, generalmente financiadas por los laboratorios farmacéuticos que comercializan los fármacos (hace unos años se hablaba de la estimulación suave para conseguir menos pero mejores óvulos; ahora se publica que más óvulos son más oportunidades…); mejoras en los procedimientos de criopreservación de óvulos y/o embriones, en la mayoría de los casos con el objetivo de preservar la fertilidad; avances tecnológicos asociados a los dispositivos time lapse, que nos ayudan a conocer como es la dinámica de división embrionaria; avances en genética, pues cada vez pueden diagnosticarse más enfermedades para evitar su transmisión a la descendencia; intentos por conseguir mayores tasas de gestación en mujeres mayores…

Pero, si analizamos con más profundidad los trabajos realizados en los últimos años, la mayoría tiene que ver con dos aspectos principales: el plano social y el tecnológico. En primer lugar, uno de los mayores y últimos retos de la Ciencia es conseguir que mujeres con baja reserva ovárica (generalmente, mujeres cerca de la menopausia o incluso después de ésta), consigan una gestación con sus óvulos. Sin embargo, después de agotar todas las posibilidades que existen en la actualidad, en la mayoría de los casos se acaba con una donación de ovocitos. De ahí que seamos uno de los países con mayor número de ciclos de donación. Igualmente, es un tema social el hecho de facilitar los medios para retrasar la maternidad de mujeres jóvenes.

Otra de las cuestiones más debatidas en los últimos tiempos es la necesidad de revelar los orígenes a los niños nacidos por donación de gametos, incluso planteándose suprimir el anonimato de los donantes. Es un debate pendiente en España y que se desarrollará más pronto que tarde.

También se han realizado estudios en la línea de intentar conseguir mejores tasas de embarazo en pacientes que congelan sus óvulos, tanto mujeres que han sufrido un proceso canceroso como mujeres que quieren retrasar su maternidad.

En definitiva, en cualquiera de estos casos existe una clara asociación con un problema social, más que científico.

El otro aspecto en el que los avances son espectaculares es el tecnológico: dispositivos que ayudan a mejorar el conocimiento en el área reproductiva como los time lapse, equipos para congelar ovocitos o embriones automáticamente, etc.

Con todo ello, ¿qué esperamos de este nuevo año 2020?

Quizás habría que preguntarse primero ¿qué avances deseamos? ¿Mejores tasas de gestación? ¿Mayor atención a las parejas infértiles? ¿Aumentar el conocimiento en los casos de infertilidad inexplicable?

Todas estas preguntas tendrían su contestación aplicando una solución clara pero difícil: aumentar la investigación científica en biología y medicina reproductivas. Clara, porque sólo aumentando este conocimiento se podrán solucionar más casos de esterilidad, hasta ahora desconocidos. Difícil, porque, en este momento que estamos viviendo, los centros de reproducción asistida priman más el número de tratamientos, el número de pacientes y, finalmente, la facturación final, que la Ciencia, y no es fácil que se apoye a la investigación. Puedo hablar por experiencia propia, ya que mi objetivo científico no hace mucho era conocer por qué mujeres jóvenes y aparentemente sanas tenían una baja reserva ovárica.

No quiero ser pesimista pero, si la finalidad de la reproducción asistida tiende a ser económica, y cada vez existen menos centros donde se estudien los problemas que originan la infertilidad, 2020 no va a ser diferente al año pasado. Quizás, eso sí, estamos asistiendo a un aumento en la concienciación general, tanto por parte de ciertos profesionales como de la sociedad, por generar debates éticos en torno al trabajo de la reproducción. Y eso es bueno. Muy bueno, ya que, posiblemente, y eso deseo de todo corazón, en un futuro no muy lejano, esa concienciación ética impulsará el conocimiento prudente, más que la mercantilización de las técnicas de reproducción humana.

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