30 octubre 2020
Hoy, hace exactamente 2 años dejé de trabajar en la empresa en la que llevaba 33 años de labor como bióloga. Mejor dicho, me invitaron a que abandonara mi puesto de trabajo, con la excusa de “motivos económicos”.
No puedo negar que ese despido “procedente” pero inesperado, me supuso, no solo la sorpresa de lo imprevisto, sino una revolución mental en la que me cuestionaba todo mi pasado laboral. Y este es un buen momento para mirar hacia atrás y hacer una reflexión sobre lo que ha supuesto un antes y un después de este cambio radical en mi vida.
En esos más de treinta años, en los que empecé de cero, sin saber nada de mi profesión, solamente con ansias de aprender, y llegué, primero a dirigir un equipo de laboratorio, para después estar al frente de una clínica, pensaba que lo único importante era el esfuerzo para hacer las cosas bien.
Qué equivocada estaba. Porque, ¿Qué es hacer bien las cosas? ¿conseguir tu satisfacción personal? ¿la de los empleados? ¿la de los clientes? ¿una mayor facturación?
Siempre creí que el ideal era intentar conseguir todo ello, y que se podía. Solamente requería más esfuerzo, y, sobre todo, no sacrificar valores que son primordiales. Pero, aún a pesar de ser consciente de mi error, de que el camino que había seguido hasta ese momento no podría adaptarse al nuevo modelo empresarial, no me arrepiento en absoluto de esa trayectoria pasada, en la que el valor económico (tal vez desacertadamente), siempre estuvo a la zaga de los demás valores.
Cuando miro hacia atrás, y recuerdo aquellos años, sé que me equivoqué muchas veces. Sé que en ocasiones tomé decisiones poco acertadas. Pero también sé que siempre lo hice guiada por una conciencia del deber, respondiendo ante mí misma y ante los demás.
Entonces no sabía mucho de ética, aunque a mucha gente se llena la boca de esa palabra sin conocer su sentido. Ahora sé que la ética es construir valores. Hacer lo que debemos hacer por imperativo moral. Y eso es justamente lo que hacía.
He buscado la definición de Ética en el trabajo, y la siguiente definición creo que se adecúa perfectamente a este pensamiento: Ética del trabajo es la creencia en que el trabajo es un valor ético; particularmente, que el trabajo duro y diligente tiene un beneficio moral y una capacidad inherente o virtud para fortalecer el carácter.
En esos años de trabajo duro, hacía las cosas “porque tenía que hacerlas”. El mismo trabajo era un valor ético. Y cuando me vi obligada a cambiar, es cuando me he dado cuenta de lo que hacía y de lo que tengo que seguir haciendo. Y así han sido estos dos años en los que me he sentido feliz conmigo misma siendo responsable de mi propio destino.
Y si alguna vez caigo en la tentación de creer que todo ese esfuerzo pasado, todos esos años, han sido inútiles, solo tengo que ver como aún conservan como imagen de marca precisamente “nuestros años”. Como siguen conservando desde mi pasado, los proyectos, los trabajos que se llevaron a cabo y que aún siguen pregonando como suyos.
Creo firmemente que me han hecho el favor de hacerme libre, y siento que no todos puedan hacer lo mismo. Este es mi gran dilema. Como conservar tus valores en un entorno hostil, cuando para poder vivir no hay más remedio que aceptarlos. Sin embargo, entiendo que aún hay esperanza. Sólo expongo mi humilde ejemplo de que hay algo mucho más importante dentro de nosotros, de que todo se puede superar.
Por eso, hoy, dos años después, puedo decir que soy inmensamente afortunada.