ME HAN ABIERTO LOS OJOS
Soy mujer y llevo casi treinta años trabajando, muchos de ellos entre hombres. Nunca me he sentido acosada, ni disminuida, ni desconsiderada. Nunca he tenido menos salario que un compañero y he llegado a tener un puesto directivo. Pero soy una privilegiada. En mi trabajo somos un 90% de mujeres que nos esforzamos en una tarea maravillosa: ayudar a otras mujeres a ser madres. Quizás por el tipo de ocupación en sí, o porque he tenido la suerte de tener un jefe maravilloso que no ha hecho distinción alguna entre sexos, nunca nos hemos sentido discriminadas en nuestro trabajo. Compañeras que han sido madres y no han perdido su trabajo, o que han empezado a trabajar en la empresa estando ya embarazadas. Y por eso pensaba que las reivindicaciones de las mujeres eran algo que no tenían que ver conmigo.
Pero el otro día me abrieron los ojos a la realidad. Mujeres cercanas con las que comparto amistad y que me han acompañado a lo largo de mi vida. Y no lo había visto. No vi que tenían sueldos muy por debajo de sus compañeros con la misma categoría, o que pasaron años sin ascender en el escalafón con una valía superior a otros que sí lo consiguieron. Que cuando eran jóvenes no las querían porque podían embarazarse, pero cuando eran mayores, eran “demasiado mayores”. Mujeres que han luchado solas, sacando adelante a sus hijos sin pareja, o con una pareja virtual: es que los hombres tienen que trabajar y llegan muy cansados a casa…
O mujeres que después de su jornada laboral han tenido que prolongarla para ocuparse de los hijos, del marido, de la casa… Yo creía que eso ya no pasaba. Pero pasa. Y no sé si es que no lo veía o no quería verlo. Pero ahora, me han abierto los ojos, y quiero ser partícipe de esta realidad que a mí, por fortuna, no me ha tocado vivir.